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martes, 27 de noviembre de 2012

El sótano



Este cuento fue escrito entre 1966 y 1967 y publicado por primera vez en La máquina de pensar en Gladys (1970). En 1977 apareció en La revista de ciencia ficción y fantasía, de Argentina, y en 1988 fue publicado independientemente por la editorial Puntosur, con ilustraciones de Sergio Kern. Diez años después apareció en la fea reedición a cargo de Arca de La máquina..., y en 2008 Alfaguara volvió a publicarlo, también por separado y ahora ilustrado por Hogue, en una colección con formato infantil-juvenil. En 2010 fue incluido en la reedición de La máquina de pensar en Gladys a cargo de Irrupciones Grupo Editor, y ahora reaparece en Nuestro iglú en el ártico (2012), publicado por Criatura Editora.
Su escritura remeda, en cierto modo, la de ciertos cuentos para niños. Si rastreamos ciertas influencias del primer Levrero, evidentemente el nombre de Lewis Carroll es uno de los primeros en aparecer. Y hay mucho de las dos Alicias en este cuento largo: personajes que aparecen de pronto en la trama y duran lo que se toman en expresar una idea absurda o una contradicción lógica, por ejemplo. Así, encontramos al "Tragafierros" (que guarda en su estómago la llave al sótano, lo que busca el niño protagonista), al Jefe de los Jardineros, un insecto llamado Tito, entre otros. Es fácil comparar este reparto con Tweedledee y Tweedledum, la Oruga, el Gato de Cheshire y los otros personajes de Alicia.
Otro elemento especialmente levreriano es la proliferación del espacio. No sólo la casa abunda en habitaciones sino que el terreno en que se encuentra se agiganta a lo largo del relato. Por ejemplo:

Hace muchos años, muchos, muchos, muchos años, el bosque que está incluido en el jardín de tu casa era muy, muy, muy, muy, muy, muy grande. Se sabe que los bosques muy, muy, muy, muy, muy, muy, muy, muy grandes necesitan guardabosques; entonces, construyeron una casilla y pusieron allí al guardabosques.
Pasó el tiempo, y el bosque fue haciéndose más pequeño, porque los hombres necesitaban madera para construir roperos; la gente había adquirido la costumbre de comprar mucha ropa, y los roperos que había no alcanzaban para guardarla.
Al fin, el bosque se redujo a lo que es hoy, y todo el resto no es más que campo pelado. La casilla del guardabosques quedó, entonces, en medio de un inmenso campo pelado, y el guardabosques tuvo que jubilarse... (Nuestro iglú en el ártico, p.44)
Esta agigantación pasa, hacia el final del relato, al tiempo:
Muchos, muchos años le llevó a Carlitos regresar a su hogar.
Sucede que al salir del aljibe... pero no; esta historia llevaría muchas páginas, tanto tiempo me llevaría escribirla con todos sus detalles que me distraería completamente del asunto del sótano, y envejecería antes de poder retomar el hilo, y quizás muriera antes de poder hacerlo; bástenos entonces con saber que pasaron muchos, muchos años. (p.51)
Se trata, además, de un narrador que contínuamente hace referencias a sus conocimientos de la historia y a las alternativas a la hora de escribirla. Finalmente, el narrador -a través de una repentina modulación a la primera persona- resulta ser el niño protagonista, en el presente mismo de su entrada al sótano. Ese sótano, entonces, podríamos pensarlo como el punto al que tiende el cuento: el presente absoluto de la narración, previo al lenguaje.




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