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viernes, 29 de mayo de 2015

Aguas salobres

Además de en Aguas salobres, compilado editado por Minotauro en 1983, este cuento fue publicado en la revista Maldoror, número 3, agosto de 1973, en Nuestro ilgú en el ártico (Criatura, 2012) y en la antología Máscaras, de 1979 (editorial Distar, Buenos Aires), junto a cuentos de Robert Silverberg, R.A.Lafferty, Brian Aldiss, Fritz Leiber, Damon Knight, Harry Harrison y Kate Wilhelm.
  
Esa compañía es interesante. Para 1979 -es decir antes de El péndulo- Levrero ya aparecía vinculado a cierta ciencia ficción digamos "experimental" o "diferente" (al menos en relación al molde clásico, ausente en varios sentidos de esta Máscaras, al menos desde los autores convocados, que serían todos, a su manera, representantes del estallido de la ciencia ficción posterior a la década de 1950), y particularmente con este cuento, "Aguas salobres", que fácilmente pude ser leído como una ficción de universos paralelos. O quizá como un relato postapocalíptico, por cierto. Hay una de esas extrañas comunidades levrerianas (como la de "Capítulo XXX"), con su complejo interrelacionamiento, hay una suerte de invasión (el feto que aparece ya en el primer párrafo) como disparador del relato y hay, entre otras cosas, una tensa atención a lo sexual.
 
También hay detalles especialmente llamativos. Se habla, por ejemplo, del "Cristo Atlante" (p. 44 de la reedición de HUM), lo que funciona tanto a nivel postapocalíptico, porque todo esto sucede después de la ruina de la civilización atlante, como a nivel mundos paralelos, porque en este universo la Atlántida realmente existió y abarcó alguna forma de cristianismo.
 
Esto último es rastreable hasta cierto pensamiento esotérico al estilo de Los grandes iniciados, de Édouard Schuré (1889), donde las figuras centrales del cristianismo, el hinduísmo y otras religiones son incorporadas a una única tradición que, a su vez, configura una historia "no oficial" del mundo (Atlántida incluída, claro está). Este "cristo atlante" es también un "Cristo Pez" (p. 52), y acá Levrero sin duda remite al mito de los akpallus, criaturas híbridas de hombre y pez que civilizan a los primitivos habitantes de la Mesopotamia. Este mito aparece comentado en El retorno de los brujos (Le Matin des magiciens, Louis Pauwels y Jacques Bergier, 1960), un libro extremadamente influyente en su momento, y puede rastrearse a los escritos de Beroso el Caldeo, sacerdote e historiador del siglo III aEC. El historiador Flavio Josefo, entonces, cita a Beroso en relación a su conocimiento de los Adapa, o primeros sabios de la humanidad, entre los que figura Oannes, un hombre-pez y algo así como el primero de los akpallus. Acá comparece también el mito semítico de Dagon, una deidad de la fertilidad representado como mitad pez y mitad hombre, algo así como un tritón, e inspirador también de tantas criaturas de H.P.Lovecraft, desde la homónima del cuento "Dagon" (1917) hasta los "deep ones" de "La sombra sobre Innsmouth" (1931).
 
Una lectura posible, entonces, propondría que Levrero toma ciertos elementos de la tradición esotérica, especulativa y de la historia de las religiones para trabajarlos narrativamente con recursos vinculables a la ciencia ficción o la fantasía, al menos en tanto construcción difusa y enigmática de un mundo ficcional.
 
En cuanto a ese mundo, hacia el final el feto se convierte en el líder demente de una revuelta e instaura un "imperio":
La construcción del imperio fue desordenada. El feto parecía saber lo que quería, pero tal vez no lograba aún controlar bien las cosas o, tal vez, al mismo tiempo quería divertirse. Lo cierto es que todo empezó con las tropelías. Al frente iba él, agarrado a las crines de Tulio, chillando y gritando; casi a su lado Desdémona, sobre un caballo parecido, con pantalones de montar que se fabricó ella misma y con los pechos desnudos saltando pesadamente junto con el crucifijo. Después el Capitán, armado hasta los dientes, y su oscura mujer, y Leonor, que parecía nacida sobre un caballo (...) Sembraban el terror. (p.53)
El narrador, sin embargo, se distancia de estas "tropelías":
Yo, contrariamente a lo que podía suponerse, abandoné mis pretensiones de alejarme y me instalé con mi mujer otra vez en la costa. Nuestro lugar, en sí mismo, no había cambiado mucho.
Me dediqué a observar el proceso sin intervenir, y como por deporte (...) yo seguía buscando la Atlántida en los charcos que todavía quedaban y buceando en la laguna. Una vez creí ver algo en el fondo, pero me di cuenta de que estaba a punto de ahogarme (pp 53-54)
El imperio del feto eventualmente choca con un "Gobierno" (p.55), que fracasa en su intento de imponérsele, y así el feto "brilló como nunca y hasta alcanzó el heroísmo" (p.55) en la batalla. Curiosamente, el final del personaje obedece a una suerte de lógica temporal inversa (al estilo del Ballard de "Mr.F is Mr.F") en virtud de la cual el feto logra "nacer":
De pronto se hizo un silencio total, una pausa que fue rota de inmediato por un llanto de bebé. Era un bebé gordito y rosado, rozagante y hermoso (...) Era el fin de ese tiempo tan apretado de cosas y lleno de tanto sufrimiento: el feto había nacido. (p.55)
Finalmente el tema atlante (recordemos: el cristo, la búsqueda de la ciudad sumergida) queda absorbido por la narrativa. Los proyectos arquitectónicos del feto quedan reducidos a "unas ruinas musgosas y grises, de aspecto milenario a la luz de la luna, de aspecto atlante, verdoso y mágico a la luz de la luna" (p.56). La repetición obra, evidentemente, como un pequeño encantamiento. Magia, esoterismo, fantasía parecen fundirse en este final deslumbrante.

Por cierto, "Ese tiempo tan apretado de cosas" es una buena descripción del cuento, en tanto la narración es vertiginosa desde el primer párrafo y densísima en imágenes, casi como si Levrero se hubiese propuesto que cada párrafo equivaliera a un cuento en sí mismo. En ese sentido (y también como rastreo de influencias posibles y de maneras en que trabajó Levrero las tradiciones esotéricas, fantásticas, etc) es una pieza fundamental de la obra levreriana, y definitivamente uno de sus mejores relatos.


miércoles, 6 de mayo de 2015

Espacios libres

Además de aparecer en el libro homónimo, reeditado recientemente por Irrupciones (de esa edición tomo los números de página) a "Espacios libres" se lo encuentra también en Nuestro ilgú en el ártico, el compilado propusto por Criatura Editora en 2012, y fue publicado originalmente en 1981, en el tomo 2 de Prometeo. La fecha de escritura comparece en el extremo del texto: 5 de abril de 1979.
 
"Espacios libres" podría pensarse como un claro representante de una fase de Levrero, la que desembocaría o cristalizaría en la nouvelle Desplazamientos y que incluye "Los muertos", texto desde el que se parecen abrirse sendas avenidas de lectura para el que nos toca hoy. El punto de partida de "Espacios libres", entonces, podría ser esa mujer perdida que el narrador imagina andando desnuda por la ciudad:
...mi mente se hallaba distraída, manejada por una preocupación. Imaginaba a Nancy, completamente desnuda por esas calles, como en un cuadro de Delvaux; y sin embargo la escena no era surrealista, porque el silencio no era oprobioso, ni el cielo triste, ni misteriosa la ausencia de hombres. Me imaginé a mí mismo desnudo, y traté de sentir la noche sobre la piel. Sí; Nancy tendría, tal vez, un poco de frío. (p.174)
El narrador sale en su búsqueda, pero nunca queda realmente claro si la mujer efectivamente está ahí, entre las calles, o si se trata "apenas" de andar buscando eso que se imaginó, como leemos en "Los muertos":
...por algún motivo se me mezcló la imagen intuida con lo que estaba viendo, y fue como si otro inquilino se pegara un tiro delante de mis ojos y cayera casi atravesado sobre el primer cadáver, y ahora tenía dos cadáveres para preocuparme, uno real y el otro no, o por lo menos el otro no estaba (p.77)
 La imagen intuida sería la de la mujer desnuda, y como en "Los muertos", la narración arranca tras asumir a esa "imagen" como merecidamente real. Y si en ese cuento el narrador admite por ahí que muchos lo piensan un poco loco, algo similar sucede en "Espacios libres":
-Hace un rato pasó por aquí, y entró en ese bar -dijo. Mentía porque estaba asustada; creían que yo estaba loco y trataban de sacarme de allí rápidamente. (p.175)
Después la búsqueda del narrador lo pone en contacto con un grupito de bebedores en un bar, liderados por un "hombre gordo", el "doctor Wellington", o "J.J.Wellington", del que se nos presentan ideas y comportamientos, digamos, excéntricos. Quizá está loco, por supuesto; llegado el momento, se presenta en los siguientes términos:
-Mi buen señor -dijo-, no crea que somos unos ociosos que se aburren. Somos, más bien, unos desesperados que se asfixian. Hemos cometido el pecado de un exceso de inteligencia, ¿comprende? (p.177)
La idea de la "locura", la "excentricidad" o meramente la "diferencia" como percepción privilegiada del mundo (así sea porque desemboca en la obra de arte) comparece románticamente a lo largo de la obra de Levrero, incluso a cierto nivel de análisis en textos como el Manual de parapsicología y ciertos momentos del "Diario de la beca" de La novela luminosa, donde se sostiene que ciertas facultades se dan al margen de la voluntad, al margen del "yo". En cualquier caso, los "desesperados que se asfixian" de "Espacios libres" (y es interesante la contraposición del "libres" del título con la idea de asfixia, claro) pueden rastrearse hasta el grupito de amigos de Gelatina, la primera publicación de Levrero (otro texto "asfixiante"), y también la efímera asociación en la novela El lugar. Esos grupos siempre parecen compartir cierta postura o sensibilidad con el narrador, pero jamás logran incorporarlo plenamente. En "Espacios libres", en última instancia, lo logrado por los "desesperados" es poco y nada: posible(/segura)mente su líder muera hacia el final, inmolado, el grupo se dispersa, el narrador no encuentra a la mujer, etcétera. De hecho, las asociaciones con grupos excéntricos o pintorescos de los protagonistas solitarios de las ficciones de Levrero no suelen prosperar.

Es interesante, en esta línea, comparar el grupo de los excéntricos de "Espacios libres" con un el que Lanark, de Alasdair Gray, en la sección que transcurre en la ciudad de Unthank. No sé -ni importa- si Levrero leyó a Gray (o si Gray leyó a Levrero, ambas cosas son posibles en última instancia), pero llama la atención la coincidencia de sensibilidades narrativas. Tanto en Lanark como en buena parte de la narrativa de Levrero (al menos los relatos con el consabido protagonista solitario que recorre la ciudad en busca de algo que no queda del todo claro) las interacciones entre el solitario y los grupos que encuentra no son fructíferas, la ciudad es vista como un escenario ajeno o incluso desolado, la posibilidad de un quiebre hacia lo abiertamente fantástico asoma siempre pero no se resuelve jamás de maneras consabidas, el deseo sexual es central a la trama y los personajes femeninos esquivos o enigmáticos son frecuentes, además de incorporar a cada momento recursos metanarrativos (por ejemplo el "índice de plagios" de Lanark y las discusiones entre el protagonista y el "autor" donde es vuelta explícita la tradición literaria de la novela total).
aparece en
 
 Por cierto, ambos, Levrero y Gray, además, sostienen una relación interesante con esa novela total; Levrero en cierto modo reniega de ella, al menos en tanto escritor, (en la "Entrevista imaginaria" señala que "hay constructores de catedrales, que admiro y reverencio, pero por mi parte cultivo un pequeño jardín o, si preferís, algunas plantas en macetas"; en Gandolfo, Elvio [comp], Un silencio menos, Buenos Aires, Mansalva, 2013, p.105) pero lo intenta, a todas luces, con su proyecto de "novela luminosa/novela oscura", emprendimiento que fracasa y comparece en "El diario de la beca", o se deshace en Desplazamientos (y por lo tanto se acerca a "Espacios libres" y "Los muertos") y la versión publicada de La novela luminosa. Gray, en cambio, escribe su primera novela, Lanark, un texto de enorme ambición (siguiendo metáforas de la propia obra podríamos habla más de un enorme "mural" que de una "catedral"), y se mueve o se dispersa en el resto de su obra por otros registros (sería interesante comparar el erotismo desenfrenado de 1982 Janine con Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, quizá).

Podemos quedarnos, en última instancia, con esa noción beckettiana/kafkiana del "fracaso". Levrero "fracasa" a la hora de escribir su proyecto de novela luminosa (esas experiencias espirituales intrasnferibles no logran vivir en la página, quizá porque de antemano tener éxito era imposible) y ofrece (¿construye?) ese fracaso a lo largo del "Diario de la beca". A la vez, una buena zona de su producción narrativa apunta variaciones sobre el fracaso: el protagonista de "Espacios libres", por ejemplo, no encuentra a la mujer (imaginaria o "real", no importa) ni establece una conexión nueva con alguna de las mujeres del grupo. A la vez, no hay exhibición del sufrimiento posible, no hay pathos. Quizá el objetivo primario quedó abolido o se desintegró. Así, el cuento termina casi con indiferencia: un perro sigue al narrador y juega con él antes de llegar al punto de partida. Se ha formado, sí, una conexión, pero no era la buscada o la imaginada. La imagen, por supuesto, se pude leer de tantas maneras como estados de ánimo de los lectores, y, en última instancia, como dijo Max Brod que dijo Kafka, "hay esperanza, pero no para nosotros".