Escrito en 1984, "Capítulo XXX" fue publicado originalmente en la revista argentina Minotauro, en noviembre de 1984. Fue recogido tres años después en el libro Espacios libres (1987, editorial Puntosur), y apareció también recientemente en Nuestro iglú en el ártico (Criatura Editora, 2012).
Es, en mi opinión, una de las obras maestras de Levrero, y uno de los relatos que quizá más fácilmente podrían pensarse como ciencia ficción. Comparte, de hecho, con cuentos como "Las sombrillas", "Aguas salobres" y "El crucificado" cierto clima de ficción postapocalíptica; leemos, por ejemplo, que por alguna razón no especificada buena parte de las mujeres se han vuelto estériles y la civilización ha cambiado drásticamente. Los jóvenes viven separados de los adultos hasta llegar a cierta edad, y comparten cabañas en el bosque y un "caserón" comunal. A la vez, se habla de una isla cuyos habitantes, de vez en cuando, aparecen en la playa y son asesinados, como sucede al comienzo del cuento. Estos pequeños datos van ensamblándose en un universo, pero de manera solapada y sutil. Los acontecimientos centrales de la trama -una extraña planta que crece en la cabaña del protagonista y empieza a alterar el comportamiento de las hormigas y las moscas, que logran aglomerarse para formar seres de forma vagamente humana capaces de tener sexo con las muchachas, la metamorfosis que, es de suponer por influencia de la planta, afecta al narrador-, no son presentados en un contexto de ciencia ficción clásica, con una explicación racional o científica; en ese sentido, hay más de literatura fantástica: algo inexplicable -la planta- irrumpe en la realidad (en ese mundo postapocalíptico, digamos) y altera significamente la vida del protagonista/narrador. El cuento sigue esa peripecia y termina con la conversión del narrador a una suerte de sobrevida vegetal, en la que un gran número de porciones de su cuerpo "germinará" a lo largo de la playa, lo que es presentado como "la verdadera vida".


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